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NOTICIAS DE FOLKLORE.

Cuando el bombo duele: la vergüenza de lo propio

Roberto Pettinato dijo en una entrevista algo que pocos se animan a confesar: "El folklore me avergüenza, y lo digo con vergüenza". Lo que a primera vista podría parecer una provocación snob, en realidad revela una incomodidad cultural más extendida de lo que parece. Porque, aunque no a todos nos pasa, a muchos sí: el folklore les incomoda, les da pudor, hasta vergüenza.

Por Carlos Lucentti

Pettinato lo dice sin filtros. Cuenta que ha hablado con Ricardo Mollo sobre esos momentos en los shows donde irrumpen quenas, bombos y charangos, y no logra entender qué hacen ahí. Reconoce que intenta acercarse, que ha conversado con músicos de cumbia y otros géneros populares para comprender, pero que con el folklore se le vuelve imposible. "Es como el abrazo desnudo de tu propia madre", dice. Y enseguida remata con un gesto de rechazo casi instintivo. Como si lo ancestral, lo propio, lo íntimo… molestara.

Esa metáfora es fuerte, pero precisa. El folklore nos enfrenta a nuestras raíces más profundas. No a la postal turística ni al show televisivo, sino a lo que realmente somos o venimos siendo: hijos de inmigrantes, de criollos, de pueblos originarios, de campo adentro. Es una música que no se esconde detrás de efectos ni poses. Es directa, sincera, a veces rústica, a veces poética, pero siempre real. Y quizás por eso mismo, a algunos les duele.

Ahora bien, como difusor del folklore, a mí no me pasa. No me avergüenza el bombo ni el charango. Al contrario: me emocionan. Me invitan al reencuentro con lo colectivo, con la raíz, con una identidad que no niega su mestizaje ni su historia. No es una defensa romántica ni idealizada: es una convicción cultural. El folklore no es "el pasado"; es la voz del presente profundo de un país que muchas veces prefiere escucharse en inglés o en sonidos importados, porque le cuesta aceptar su propio tono.

Y en ese punto, hay algo que me cuesta entender: ¿cómo puede alguien avergonzarse de algo que desconoce? Porque él mismo lo dice: no lo comprende, no sabe de qué se trata, no lo ha vivido en profundidad. Entonces, ¿de dónde nace esa vergüenza? ¿Es una emoción propia, o heredada? ¿Es vergüenza del folklore, o de lo que el folklore le recuerda de sí mismo?

Me viene a la memoria un verso del cantor y poeta Orlando Veracruz, en su canción Pilchas Gauchas, donde canta:
“Huacho de su cultura, extranjero en su lugar”.
Esa frase le pone nombre a algo que vemos con más frecuencia de la que quisiéramos: personas que caminan su propia tierra como si no les perteneciera. Como si lo nuestro fuera siempre lo ajeno, lo incómodo, lo menor.

La vergüenza de lo propio es una forma de alienación. Y aunque no todos la sufrimos, es real. Se cuela en gestos cotidianos, en la risa fácil ante una zamba, en la burla de lo rural, en la desconexión total de quienes creen que folklore es solo "gente disfrazada con bombachas y sombrero".

Pettinato lanza una pregunta clave: "¿Esto me pasa a mí solo?" Y vale la pena responderle: no, no te pasa solo. Pero no nos pasa a todos. Algunos elegimos —por historia, por sensibilidad o por decisión— abrazar ese sonido con orgullo. No desde la rigidez, sino desde la amplitud. Porque el folklore también se transforma, dialoga, crece. No es ni museo ni cliché.

Quizás no se trate de convencer a nadie de que le guste. Pero sí de abrir una pregunta más amplia: ¿qué nos pasa cuando escuchamos folklore? ¿Rechazamos la música, o lo que nos refleja de nosotros mismos?

Y si ese rechazo existe, que al menos sea consciente. Porque el problema no está en el folklore. Está en lo que no queremos ver —ni oír— de lo que somos.

Y por último, no puedo dejar de interpelarnos también a quienes sí lo abrazamos: los que difundimos el folklore, los que lo sentimos como propio, los que lo defendemos con pasión. ¿Estamos haciendo bien nuestro trabajo? ¿Estamos logrando transmitir no solo la música, sino también las costumbres, las historias, las raíces, todo lo que verdaderamente engloba la palabra folklore?
Tal vez sea hora de preguntárnoslo con la misma crudeza con la que Pettinato expuso lo suyo. Porque si alguien se avergüenza de algo que no conoce, tal vez sea porque no supimos mostrárselo como se debe.

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