15/10/2024
Cacho Castaña: el tango eterno de un hombre de barrio

Fuente: telam
El hijo de un zapatero de Flores que encontró en la música su verdadera voz. El ícono de Buenos Aires que nunca dejó de ser un pibe de barrio, amante de la bohemia y del amor
>Desde el principio, el destino de El barrio de Flores fue su cuna y el escenario de una juventud que, en su relato, transcurrió entre el bullicio de los cafés, las horas en la fábrica de zapatos de su familia y las tardes de billar con amigos. “El café de la humedad”, un lugar donde las paredes parecían empapadas de humo y charlas interminables, era su segundo hogar. “Le decían así, aunque en realidad no se llamaba así. Era un café cualquiera, pero ahí pasábamos la adolescencia, jugando al billar y apostando por plata”, recordaba entre risas sobre el llamado café El Progreso, de Gaona y Boyacá. Allí, junto a personajes como “Horacio, el pizzero, Horacio Tricarinco, Luis Piana, el Flaco Aldo, el Tano Rotella y el Pibe Carozzo, que éramos los que estábamos constantemente”, empezó a vivir la vida a su manera, siempre con una dosis de picardía.
“Siempre caía alguno y nos hacíamos los que jugábamos mal al billar, tres bandas. Jugábamos la primera vuelta por un cafecito y lo dejábamos ganar, y después el segundo partido podíamos jugar por un vermú. El tercero ya jugábamos por 100 mangos, 200 mangos y lo matábamos”. revelaba con un dejo de nostalgia. “Jugábamos a los dados, al ajedrez, a las damas… pero la cosa era el billar, y jugábamos por guita, porque si no, no tenía sentido”, dejaba en claro.“Dibujábamos el modelo de zapato que se iba a usar la temporada que viene, y aparte había que hacer el molde también, ponerlo en un pantógrafo donde se hacía toda una escala del 34 al 40 en calzado de dama”, detallaba sobre las tareas que realizó hasta casi sus 30 años. Pero no solo sus saberes sobre la industria del calzado lo acompañaron toda su vida, sino también un fetiche especial: ”Me quedó un fetichismo en cuanto a los tobillos de la mujer, a probarle los zapatos y todo. Hacíamos por ejemplo zapatos a medida para novias, para fiestas, y había que probárselo. Toda la vida arrodillado a los pies de la mujer. Desde chico me quedó un fetichismo con el tobillo. Siempre digo que la mujer es como las yeguas de carrera, que cuanto más tobillo tienen, mejor son. Tobillo fino, potranca de carrera”, afirmaba cuando hablaba de esos momentos de juventud, forjado entre tacones y medidas exactas.
”El piano es el instrumento más completo, aunque nunca pude hacer bien esa desdoblación de cantar mientras lo tocaba. Con la guitarra es distinto, es más íntima, más compañera, hay más ‘duende’ cantando y componiendo con la guitarra que con el piano”. reconocía al reflexionar sobre su relación con ambos instrumentos. El tango, por supuesto, siempre estuvo ahí, acechando en la sombra de su carrera, incluso cuando Elvis Presley irrumpió en su vida y la de toda una generación. ”Yo quería tocar el piano y tener una orquesta como la de Mariano Mores. Apareció Elvis y nos llenó la cabeza de humo a todos. Queríamos ser como él, dejé de escuchar el Glostora Tango Club y empecé a mover la pelvis”, contaba entre carcajadas. Fue una época en la que se alejó un poco del tango para experimentar con la música popular, componiendo temas como La vuelta del matador y Quieren matar al ladrón, éxitos comerciales que lo catapultaron al estrellato, “pero siempre había algún tanguito”. Y finalmente, como él mismo afirmó: ”Soy un tango. Siempre vuelvo a mis raíces, porque es lo que realmente me gusta y lo que soy”.
Pero a lo largo de los años, no solo se hizo conocido por su música, sino también por su vida personal, llena de romances y controversias. Una de las historias más repetidas en la prensa fue su relación con Susana Giménez y el famoso episodio en el que tuvo que escapar de la casa de la diva cuando llegó Carlos Monzón. ”Es todo verdad, si no saltaba por esa ventana no estaría acá”, repetía ante quien lo consultaba sobre la veracidad de la historia que comenzó en el boca a boca. La escena, casi sacada de una película de acción, lo vio lanzarse desde un primer piso para caer sobre una casilla de gas, evitando así un posible enfrentamiento.Ese verano de 1978 la diva se encontraba separada del boxeador, por lo que comenzó un apasionado romance con el cantante. En una casa del barrio Los Troncos, una noche, los ladridos de los perros anunciaron la llegada inesperada de alguien. Desencajado, el bailarín Adrián Zambelli “que nos hacía la gamba con todo y esa noche se había quedado a dormir fue el primero que me despabiló: ‘¡Rajemos que está el Negro en la puerta!’. Desde su coche, Monzón tocaba bocina fuera de la casa.Pero detrás de esa imagen de vivillo, de hombre que había tenido muchos amores y aventuras, se escondía también un Cacho más reflexivo, que no temía hablar de la soledad y de las relaciones humanas. ”El hombre siempre está solo”, además de reconocer que pese a todo “tuve una vida normal, el mito lo inventan la gente y la prensa. Yo sigo siendo el mismo y no me creo más por una nota en una revista, porque a veces yo tengo agente de prensa al cual pago para tener una nota. Si al otro día me creo esa nota, soy un gil, y acá hay muchos de esos”.
Fuente: telam